La forma mecánica en que “aceptamos” los términos y condiciones, ya sea por la premura de obtener un servicio o bien el poder usar ciertas plataformas, permite el acceso a nuestra información personal sin reparar en lo que estamos aceptando, a quien le facilitamos esta información, el tipo de información que compartimos o a la que damos acceso, sin, muchas veces estar conscientes del destino y finalidades para la cual es recabada este tipo de información. Y es que más a menudo de lo que creemos, llegamos a proporcionar información personal, incluso sensible, a sitios web y aplicaciones.
Actualmente la información que compartimos en la red ya sea mediante redes sociales, comercio electrónico y demás aplicaciones se encuentra almacenada en la nube y servidores que, dependiendo de la seriedad y protocolos de resguardo de cada sitio en la que se comparta, se encontrará disponible para ser utilizada de la manera correcta o por terceros que se dedican a hacer mal uso de ésta.
Debido a la situación sanitaria en que nos encontramos, la digitalización de múltiples áreas de nuestra vida se ha acentuado, nuestra información es compartida de manera voluntaria en distintas aplicaciones que si bien facilitan el acceso a servicios y coadyuvan a hacer más sencilla nuestra interacción con el mundo aun cuando nos encontramos separados socialmente acarrea, a la vez, posibles riesgos de los que debemos estar conscientes.
Recientemente se suscitó un gran revuelo por el cambio en las políticas de privacidad de una aplicación de mensajería, alertando a los usuarios para defender el derecho a la privacidad de su información y la importancia y trascendencia de esta ante la posibilidad de que fuera compartida con otras aplicaciones y utilizada esta información por las mismas. Debemos recordar que nuestra legislación nacional en materia de privacidad y protección de datos personales en posesión de particulares permite la transferencia de información entre sociedades de un mismo grupo aun sin el consentimiento del titular, no obstante, para ser tratados por un responsable distinto al que se proporcionó la información, este debe poner a disposición su aviso de privacidad y el titular tendrá la opción de permitir o negar el tratamiento de sus datos personales, ya que la información fue proporcionada a una entidad distinta que podría no tener las mismas finalidades, en caso contrario, se estaría ante una infracción y los datos se estarían tratando de manera ilegal para lo cual existen instancias y, hasta el momento, organismos autónomos que protegen el uso y tratamiento de esta información.
Ahora, lo verdaderamente preocupante es el mal uso que se pueda dar a esta información por personas ajenas a las que le fueron proporcionados este tipo de datos. Ejemplo de ello es el cada vez más frecuente robo de identidad, en donde se utiliza información real de un usuario para suplantar su personalidad y utilizarla de tal manera que pareciere que es el propio titular quien solicita un servicio, cuando en realidad ha sido solicitado por un ente distinto, normalmente para recibir un beneficio al que no tiene derecho.
Entre los más comunes encontramos el “phishing” que es aquella práctica en que se solicita información privada y confidencial de tarjetas de crédito y cuentas bancarias en que de manera inconsciente y al mismo tiempo voluntaria el titular proporciona información sensible que es utilizada para acceder al crédito o caudal de una persona o sociedad y junto con la información que compartimos de manera pública, es posible delinear el perfil de una persona y cerrar el círculo de datos que, finalmente permiten su utilización de manera maliciosa afectando su imagen y patrimonio de manera fraudulenta.
Existen instancias legales para acreditar y perseguir este tipo de prácticas, no obstante, será necesario agotar los procedimientos jurídicos que se traducen en tiempo y dinero para el titular.
A manera de corolario podemos establecer que, aprovechando la vorágine de sensibilidad respecto de la importancia de la información que se comparte “en línea”, debemos ser más precavidos con el clic rápido para aceptar las condiciones sin conocer su trascendencia y debida concientización de las políticas, el tipo de información a que damos acceso, las finalidades para las que serán utilizados nuestros datos y las personas o entidades a quienes consentimos su tratamiento; al final de cuentas debemos cuidar de manera escrupulosa el tipo de información que hacemos pública, ya que al limitarla restringimos de manera significativa la posibilidad que esta información pueda ser utilizada de manera incorrecta.
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